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La cuadrilla 
de artistas de Curro Romero

  • Afición. El arquitecto Oscar Tusquets incluye en un libro al Faraón de Camas junto a Fidias, Brunelleschi, Velázquez, Picasso, Dalí o Antonio López, en plena campaña de prohibicionismo

La cuadrilla 
de artistas de Curro Romero

La cuadrilla 
de artistas de Curro Romero

El libro se titula Dios lo ve (Anagrama). Su autor es el arquitecto Oscar Tusquets (Barcelona, 1941). Tiene un breve y enjundioso prólogo de Eduardo Mendoza, que le elogia su capacidad de síntesis: “con lo que tú liquidas en un párrafo, en otros sitios se escriben tesis”. La portada representa a Fidias sobre el andamio, enseñando su obra, el Friso de las Panateneas, a sus clientes: Pericles, su cortesana Aspasia y su sobrino Alcibiades, ese personaje al que gusta citar Alfonso Guerra.

“Ente los artistas que aparecen en este libro”, escribe Tusquets, “entre los artistas que han intentado algo más que contentar al personal, voy a cometer la absoluta incorrección política de incluir a un matador de toros: a Curro Romero”.

Dedica al toreo y 
a Sevilla uno de 
los capítulos de 
su libro ‘Dios lo ve’

Entre el resto de artistas que figuran en el libro haciendo el paseíllo con el Faraón de Camas están, entre otros, Brunelleschi, Donatello, el propio Fidias, Miguel Ángel, Velázquez, Dalí, Picasso, Andy Warhol, Víctor Erice, Steven Spielberg o Antonio López. No sería una mala lectura para el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en sus afanes prohibicionistas del oficio que Curro Romero, en palabras de Oscar Tusquets, convirtió en un arte. “Hablar de progreso en arte es una memez”, dice el arquitecto. Y de progresismo, memez y media, añadiríamos en justa extrapolación.

El libro consta de diez capítulos con idéntica estructura: Algo de Arquitectura, Algo de Ingeniería, Algo de Escultura. El capítulo séptimo lo titula Algo de Toreo, con el subtítulo Muerte e indolencia. El autor aparece fotografiado con el escultor Antonio López y con el pintor Salvador Dalí. Sólo le faltaría una foto con Curro para que la terna fuera completa.

No se fotografía con el torero, pero lo retrata a la perfección a partir del documental Curro Romero, leyenda del tiempo, título con ecos de Camarón de una producción sevillano-francesa dirigida por Emilio Maillé a partir de una idea de Jacques Durand. El capítulo también lo podía haber titulado Algo de Sevilla. A partir del concepto de arte en la Grecia clásica, Tusquets mantiene que “un sevillano puede considerar arte algo que encuentra en la esquina de una calle, en un patio, en la manera de contar un chiste, en el gesto del limpiabotas, en un sombrero bien calado, en la mano hábil de un cortador de jamón, en una mujer que baila, en la manera de mover un paso de Semana Santa”.

Se detiene en la Semana Santa sevillana, que históricamente también vivió sus vaivenes. “Cuando éramos jóvenes y padecíamos miopía ideológica, estábamos convencidos de que, una vez desaparecido el franquismo, la Semana Santa languidecería inexorablemente. Las primeras dudas me asaltaron cuando vi a mis amigos arquitectos sevillanos, progres todos, y algunos del Partido Comunista, vestirse de nazarenos, enrollarse la soga de esparto a la cintura, calarse el capirote y asistir piadosamente a la procesión”. De igual manera, alguien podría pensar que con ministros como Urtasun el toreo tendría los años contados, temor que desmienten los No hay billetes de casi todas las tardes de toros en la plaza de las Ventas.

El arquitecto barcelonés desarrolla la paradoja de su amor a los animales y su pasión por la tauromaquia. “Curro dice que le gustaría ser invisible, no dar entrevistas, que sus corridas no se retransmitiesen por televisión”. Del documental extrae comentarios de sus partidarios, como el de Álvaro Domecq. “Despacio, virtud suprema del toreo. Despacio, como se apartan los toros en el campo. Despacio, como se doma un caballo. Despacio, como se besa y se quiere, como se canta y se bebe, como se reza y se ama. Despacio”.

La primera foto del libro no es de un toro, sino del elefante que transporta al arquitecto británico Sir Edwin Lutyens cuando va a visitar unas obras en Nueva Delhi. Otro despacioso de la vida. “Una vida muy diferente a la de los actuales arquitectos de la jet”.

No hay muchos colegas en el libro de Oscar Tusquets: el japonés Arata Isozaki, autor del Palacio de Deportes para los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, los que noveló Eduardo Mendoza; y lo que podríamos llamar la batalla de Florencia, el concurso para la puerta norte del baptisterio de la catedral de la ciudad italiana en el que Lorenzo Ghiberti se impuso a Donatello y Brunelleschi, “el grandísimo artista que acabaría con el gótico”. “Algunos arquitectos opinamos que estos fueron los últimos concursos de la historia con un resultado feliz”.

Curro Romero no es el único sevillano del libro de Oscar Tusquets. En el capítulo Algo de Pintura y Cine reflexiona sobre La Venus del Espejo de Velázquez y expresa una queja: “siempre me ha desconcertado la superficialidad con que el cine ha tratado el trabajo de los artistas plásticos”. El retrato del cuadro del pintor sevillano procede del libro de Jonathan Brown, el especialista que junto a John H. Elliot estuvo en Sevilla en 1999 en el cuarto centenario del nacimiento del pintor.

Hay dos menciones a Antonio López. Una es por la película El sol del membrillo que al pintor manchego le dedicó Víctor Erice, uno de los escasos ejemplos de respeto de un cineasta al trabajo del pintor. La segunda es un viaje de El Cairo a Tomelloso, de Naguib Mafouz a Francisco García Pavón. En el capítulo Algo de Mística y Realismo, Tusquets encuentra similitudes entre dos esculturas separadas por cuarenta siglos, el Alcalde del pueblo, un noble de la quinta dinastía de faraones así llamado por el parecido que le encontraron los obreros egipcios que participaron en su excavación con el alcalde de su localidad, y la pareja Hombre y mujer, de Antonio López.

Picasso y Dalí. Como Joselito y Belmonte. Tienen partidarios y detractores. El primero no es santo de la devoción de Tusquets, “su obra me parece excesiva, apabullante y desigual”, pese a que la habilidad de su grafía “me desarma”. El segundo fue su amigo. La amistad del arquitecto con Dalí es el capítulo que cierra el libro y uno de los más sabrosos. Lo subtitula El espléndido adiós de Salvador Dalí, que llegó a creerse inmortal. Un adiós en el que el pintor quiere confiarles a su amigo arquitecto y a la editora Beatriz de Moura su última obra, una tragedia teatral redactada en alejandrinos. Tusquets cuenta viajes con el pintor por su Figueras natal, por París, por Nueva York, donde organizaba fiestas a las que siempre acudía Andy Warhol. Y su obsesión con la Dama de Elche, de la que decía: “En España todo es vertical, el autogiro de La Cierva, el sumergible de Monturiol, los sindicatos franquistas, el vuelo del coche de Carrero, el Misterio de Elche… todo lo trascendente es vertical”.

¿El Toreo es arte? “Las colas frente al Centre Pompidou, el fenómeno mediático del Guggenheim de Bilbao, ¿tienen algo que ver con el arte? Quizás sí, también Disneyworld tiene que ver con el arte; todo tiene que ver con todo”. Terminando su libro, se encontró con esta cita de Cioran: “si el español sale de lo sublime resulta ridículo”. Curro Romero lo interpreta a la perfección en una de sus contadas declaraciones: “No me gusta la mediocridad; espero la grandeza”.

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