carmen silva

A toro pasado

Ir a los toros es como ir de viaje. Empiezas a viajar desde el momento en que te sacas el billete de avión

Me perdí la corrida de Santiago Domecq en la Maestranza. Me perdí a Tabarro.

Iría a todas las corridas de la Feria, de la de aquí y de la de cualquier parte, pero cuesta compaginar el amor al arte con la vida de currante no potentado que incluye el cumplimiento del horario de trabajo reglamentario.

No piensen que me estoy quejando. Soy partidaria de que las aficiones cuesten dinero y que para disfrutarlas haya que invertir esfuerzo y dedicación. Creo que en estos tiempos para valorar las cosas hay que evaluar la recompensa que se obtiene en función del trabajo que cuesta conseguirlas. Somos muy dados a darle una patada a lo que es gratis.

Una cosa de aficionado sin caudales es recurrir a la radio para suplir la presencia en la plaza. Disfruto con esta alegre compañía. Qué difícil es retransmitir radiofónicamente una corrida de toros. Reconozco desde aquí la valía y la magia del trabajo de Juan Ramón Romero en su Carrusel Taurino. Te hace llegar con verdadera eficacia las sensaciones y emociones suyas y del soberano. Ese milagro que te ayuda a ver lo que no estás viendo. Mi agradecimiento.

Tuve que escoger dos corridas a las que finalmente iría. Una fue la tercera de la Feria, pero de la taurina, no de la de farolillos (gracias, Arturo, por la entrada). La elegí por la ganadería, El Parralejo, y también por ver a Borja Jiménez. Me ilusiono con la gente joven, aunque el gozo más grande me lo dé el de siempre. Tenía yo un come-come por el lío que había montado Santiago Domecq con la bravura de sus toros que me mosqueaba. Me da coraje que pasen cosas grandes justo el día anterior al de la corrida a la que yo voy porque es como si se llevara parte de la probabilidad de que me toque la gracia.

La otra para la que saqué billete fue la de los toros de La Quinta. Estaba loca por ver esos bichos en acción. Y además cerraba el cartel Emilio de Justo. Había carbón ahí.

Cuánta ilusión, cuánta esperanza tenía puestas en mis dos oportunidades... Ir a los toros es como ir de viaje. Empiezas a viajar desde el momento en que te sacas el billete de avión. Con los toros es lo mismo, arranca tu paseíllo en cuanto tienes la entrada.

Se dieron los festejos de mis anhelos con bastante dicha. Mi felicidad tuvo dos nombres y brindo por ellos. Con manzanilla por Oloroso, de El Parralejo que, junto a Miguel Ángel Perera, le regaló a mi amiga Esperanza una Puerta del Príncipe en una de las pocas veces que ella iba a los toros; y con amontillado por Dorado, de La Quinta, que hizo que al bueno de Manolo, que pisaba la Maestranza por primera vez en su vida, se le humedecieran los ojos viendo el diálogo al natural que se traía con el buen muletero de Salteras. Qué bonita es la tauromaquia.

Estoy satisfecha porque, tal y como está la vida, son estas cosas las que nos vamos a llevar y porque parece que no se me da mal elegir carteles, pero ya se sabe que a toro pasado todo son refranes.

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