Mañana amanecerá de nuevo, derrumbada sobre el mármol de la antigua Colegial, la viga que sustentaba el universo. La portentosa anatomía del Amor quedará allí, derramada como un mapa donde se recogiera toda la geografía de la semana más santa. Allí, la Puerta Dorada de hosannas, las sombras del huerto, las cuestas angostas de la calle de la amargura, el monte de la calavera, la gruta del sepulcro… Y el horizonte perfilado por su nariz aguileña. Carne vulnerable, como tú o como yo, radical, no metafóricamente humana, marcada con las huellas del atroz martirio. Este es el mapa de nuestra salvación. Se desplegará doblando el Domingo de Ramos, en un cortejo modelado con el silencio de la noche por nazarenos impávidos, como aquel abuelo que abrió un camino que hoy siguen su hijo y su nieto. Cofradía que resume la Semana Santa, desde la alegría ingenua de la entrada triunfal en la ciudad santa, hasta precipitarse con el paso de los días por el desfiladero de la traición, la injusticia, los miedos… confundido todo en la maraña del pecado. Y volver de nuevo a una calle anochecida del Domingo de Ramos para morir en la Cruz, haciéndose carne en el Cristo del Amor la palabra “todo está consumado” (quizás por eso también ya el Domingo decimos “esto ya se está acabando”).

Allí crepitan los guardabrisas, el dorado antiguo del canasto… Y las potencias del Amor. Atributos que proclaman que aquella nariz aguileña, radicalmente humana, es también radicalmente divina, porque es la de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios mismo, que entrega su vida por nuestra salvación. Esta es su simbología; es la imagen sagrada la que da significado a las potencias, no al revés. Porque ellas no sacralizan, y pierden su sentido sin su referente sagrado, quedando como mero atrezo. Qué difícil parece a veces comprender el mensaje de la Cruz. Por eso, muy cerca, la Madre, antes de pedirlo para Ella, nos ofrece su Socorro para poder descifrar el mapa que nos conduce a Dios por el Amor.

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