El asesino | Crítica

Fassbender es la Muerte en un thriller gélido que hiela

Fassbender es un asesino a sueldo a las órdenes de David Fincher.

Fassbender es un asesino a sueldo a las órdenes de David Fincher. / D. S.

Tras hartarse de hacer vídeos musicales para Madonna, Iggy Pop, Roy Orbison, Ry Cooder, Aerosmith, George Michael, Michael Jackson o los Rolling, David Fincher debutó en el cine con eficacia artesanal dirigiendo la tercera entrega de Alien en 1992 y estalló tres años más tarde con Seven que, siguiendo el camino abierto por Demme en el 1991 con El silencio de los corderos, contribuyó a dar un giro al psycho-thriller moderno que en 1960 habían instituido Hitchcock y Powell con Psicosis y El fotógrafo del pánico (con el antecedente de esa obra maestra ignorada en su momento por todos cuando se estrenó en 1955 que fue La noche del cazador).

A partir de ahí desarrolló una carrera tan interesante como irregular en la que se alternaron buenas películas artesanales (The Game en 1997, La habitación del pánico en 2002, Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres en 2011, Perdida en 2014), películas tan personales como provocativas o singulares (El club de la lucha en 1999, El curioso caso de Benjamin Button en 2008), algún proyecto interesante fallido (Mank en 2020) y grandísimas películas (Zodiac en 2007 , La red social en 2010 y ahora El asesino).

Visto lo cual surgen dos preguntas. ¿Cómo un director capaz de hacer grandes y muy interesantes y arriesgadas obras ha rodado otras de encargo pudiendo, dada su posición en la industria, elegir sus proyectos? Y, ¿quién es David Fincher? De casi todos los directores destacados se puede deducir una personalidad a través de sus elecciones temáticas y estilísticas. En el caso de Fincher es imposible, como si se tratara de uno de los grandes artesanos de la edad de oro de los estudios, lo que su mejores obras demuestran que no es, aunque el resto de su producción parezca afirmarlo. Un enigma. Que El asesino hace aún más indescifrable. Porque en ella se puede rastrear algo -en una única secuencia- de la brutalidad física de El club de la lucha, algo de la opresiva y cruel atmósfera de Seven y algo de Zodiac en esta aproximación al thriller. Pero El asesino es otra cosa y presenta casi otro Fincher.

Fincher enfría su estilo hasta hacer que quien siga su juego sienta un incómodo frío interior

Desde su arranque en una habitación desnuda en la que un asesino a sueldo se prepara para ejecutar un encargo Fincher deja claro que estamos en el terreno que Jean Pierre Melville consagró en esa obra maestra que es El silencio de un hombre. El asesino es igualmente metódico hasta la ritualización de todos sus gestos y a través de la voz en off (quizás excesiva a lo largo de la película: a Melville le bastó el rostro esculpido en hielo de Alain Delon para construir el personaje) sabemos que no es tipo vulgar, lo que supongo es lo habitual en su profesión, sino un cínico y escéptico filósofo nihilista para el que ni la vida ni la muerte tienen valor. A diferencia del asesino de Melville, gélido, pero también capaz de auto inmolarse en lo que casi es un suicidio ritual (el título original de aquella película era El samurái), el que aquí interpreta un gran Michael Fassbender como si lo hubieran metido a presión dentro de sí mismo y estuviera siempre a punto de estallar tras su gesto imperturbable, no siente nada hacia nadie ni hacia sí mismo. Con una única excepción. Cuando una misión falla y su empleador daña esa única excepción la máquina de matar se pone en marcha con determinación mecánica.

De esto trata la película, de la venganza de alguien imparable en su destreza para matar. Sin emoción visible. Fincher enfría su estilo hasta hacer que quien siga su juego y se meta en la película sienta un incómodo frío interior. Que hiela en sus cumbres de metódica crueldad en las que este asesino cargado de odio mata con la frialdad profesional de quien no odia. En esas cumbres, que se alcanzan sobre todo en dos de los asesinatos que comete, Fincher logra convertir a Fassbender en la imagen misma de la Muerte, como si el sicario se transfigurara en el Bengt Ekerot -la muerte- de El séptimo sello. Sin jugar al ajedrez, por supuesto. No da oportunidades. En esos dos asesinatos Fincher filma el miedo como en pocos thrillers se ha hecho gracias al talento del director, por supuesto, pero también al de las dos actrices que interpretan a sus víctimas -Kerry O’Malley y Tilda Swinton- en registros muy distintos, pero con un punto en común: la conciencia de que la muerte está frente a ti, mirándote con fría determinación a los ojos. En esos dos momentos, los puntos más altos de una gran película -¡qué gran momento de cine la cena con Swinton-, Fincher logra helar la sangre e incomodar sin recurrir, como sucede en otras muertes de la película, a la crueldad física o la violencia extrema.

La excepcional fotografía de Erik Messerchmidt es de una implacable, aséptica, limpieza que hace aún más cortante el filo de cristal de las imágenes. La música electrónica de Atticus Ross y Trent Reznor -que ganaron el Globo de Oro y el Oscar trabajando para Fincher en La red social- crea una desasosegante tensión rota por un inteligente uso de canciones, sobre todo de The Smiths, a través del juego con los volúmenes sirviéndose de los auriculares del asesino. Estrenada en Netflix, esta película merece la pantalla grande.

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