La marca italiana siempre ha tenido una de las estéticas más destacadas del mundo de la moda. Con aire barroco y muy defensora de su propia idiosincrasia sureña, ha sabido imponerse al minimalismo más destacable en otras firmas y asentar su propio estilo. Por eso, precisamente es muy reseñable cómo, a diferencia de otras marcas que actualmente están presentando sus colecciones crucero, y que abogan por la apuesta por las diferentes culturas y enclaves que inspiran dichas colecciones, Gucci, se queda en casa.
Una retrospectiva bastante díscola con respecto a sus competidores que ha apostado por las formas florentinas, el brillo y la joyería excesiva, después de su deseo truncado de celebrar su desfile Crucero en la Acrópolis de Atenas. Una replegada que no es en absoluto negativa, sino que nos deja precisamente un regusto por todo el arte pictórico de la ciudad italiana. Algo que se materializó físicamente cuando los asistentes al desfile tuvieron que atravesar todo un pasillo decorado con las mejores obras del Quattrocento, en las que la ropa toma un papel importante.
Sin embargo el director creativo, Alessandro Michele, declaró que la colección está inspirada en una lejana California. Algo incomprensible debido al aire romántico de los complementos perlados, el patronaje estrictamente clásico de los vestidos y el uso de las cuerdas, las coronas de laureles y otros elementos. No obstante, todo toma sentido cuando es la esencia lejos de casa precisamente lo que se defiende. Todo un tributo a esos emigrantes que aún lejos de su hogar, en tierras americanas, siguieron fieles a su estilo a pesar de haber iniciado una nueva vida.
Formas renacentistas, aunque con cierto aire modernizado (visto en los jerseys y las cazadoras) de aire más juvenil. Una mezcla, que aunque complicada, ha resultado tremendamente favorable para la crítica de moda que ha acogido a esta colección entre los aplausos que sin duda merecía.
Wappíssima
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