El secreto para sobrevivir a la Feria está en saber qué comer y cuándo

Sobrevivir a la Feria de Abril tampoco es tan difícil

Dos chicas vestidas de gitana bailan a la puerta de una caseta/Diario de Sevilla

Dos chicas vestidas de gitana bailan a la puerta de una caseta/Diario de Sevilla

Cuenta la leyenda que hubo un sevillano que fue todos los días a la Feria y no murió en el intento. Tan grande fue su hazaña que muchos se interesaron en saber sus trucos para lograr la misma proeza y luego contársela a sus nietos. Desde entonces, su sabiduría feriante ha pasado de generación en generación y muchos son los valientes que se acercan al real con afán de superar a aquel superviviente.

Acudir a la Feria no es algo aleatorio, se necesita una caseta donde comer, bailar y cantar. Aunque sólo unos pocos elegidos dispongan de una. Pero que esto no suponga un problema. La labia, la picardía y el reconocido don de gentes del sevillano le abrirán las puertas de todas las casetas. Hay porteros, sí, pero su bondad infinita y las altas capacidades de soborno que usted tenga son clave. Hable con el portero, ofrézcale tabaco, agua, rebujito, un piso en la playa y un chalé en La Palmera. Una buena conversación -en la que se pregunte por hijos, perros y sobrinos- acompañada de una amplia sonrisa puede asegurarle tener caseta toda la semana. Si el portero en cuestión no sucumbe a tan suculentos chantajes, no lo dude y recurra al clásico "mi prima está dentro, voy a buscarla" y acceda a la caseta como Pedro por su casa con sus veinte colegas.

Superado el trance de la caseta, toca enfrentarse a la bebida y la comida, cuestiones claves y preocupantes para todo feriante. Aunque la bebida preferida del sevillano suela ser la cerveza, durante unos días se le permite la infidelidad. Evite la manzanilla o el fino -si no quiere que al día siguiente un enano taladre su cabeza- y recurra al clásico rebujito. Fundamental, hacerse con un catavinos en la primera caseta a la que entre y no soltarlo hasta el día de los fuegos artificiales. No es que vaya a evitarle una resaca galopante, es que le asegurará volver a entrar en la caseta en la que se coló; el catavinos es su salvoconducto. Cuando le toque comer -cada media hora desde que pise el real-, no olvide su tortilla, con cincuenta tenedores, su ración de choco frito y su tapa de croquetas del puchero. Conseguirá llenar el estómago para toda la semana y logrará estar impregnado del aroma propio de la Feria: eau de fritanga.

Aspecto importante: la indumentaria. Si quiere sobrevivir y es usted una mujer, olvide eso de que respirar está sobrevalorado. Es cierto, ceñir el traje de gitana hasta la asfixia queda maravilloso en las fotos. Pero, recuerde, en algún momento querrá sentarse, bailar una sevillana o responder a la llamada de la madre naturaleza. Si es hombre, procure no atentar contra la humanidad con un traje de mil rayas. Va a la Feria, no es usted Al Capone en el Chicago de los años 20.

Fundamental y bajo ningún concepto se le ocurra ir a la calle del infierno. Su propio nombre lo indica, el demonio y su séquito de ángeles caídos esperan a todo el que ose cruzar Costillares. Es cierto que llevar años sin ir suscite curiosidad y cierta nostalgia, pero borre de su mente asomarse a los cacharritos. Si la suerte no le acompaña y sus retoños le obligan a ir, haga malabarismos, vístase de payaso o enseñe el culo en mitad de la caseta. Lo que sea para convencerlos de no adentrarse en el averno.

A todas estas claves compartidas con la ciudadanía por aquel sevillano sólo cabe añadir los verdaderos secretos de la supervivencia feriante: tome un caldo -de los que abrasan la garganta- o un colacao al llegar a casa y meta sus pies en agua tibia con sal. A la mañana siguiente sentirá que ha vuelto a nacer.

Pilar Larrondo

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