En las papelerías ya se han quedado sin cuadernos. Los tenderos corren despavoridos a los grandes almacenes al por mayor para poder reponer en sus estanterías las tan demandas por estas fechas libretas. Aunque para alguno hasta una servilleta de esas de "Gracias por su visita" sirve para escribir la lista de buenos propósitos que piensa llevar a cabo nada más arranque el nuevo año. Lógico y normal, cualquier soporte es bueno cuando de apuntar los objetivos más que alcanzables se trata.

La que lo más cerca que ha estado de una actividad deportiva fue cuando tuvo que correr porque el autobús se le escapaba ha colocado como el primero de sus objetivos el levantarse a las cuatro de la mañana para echarse una carrerita de Gibraltar a Bilbao. El que con un seis y un cuatro te hace la cara de tu retrato ha descubierto que la pintura al óleo es una de sus mayores inquietudes y piensa apuntarse a esa prestigiosa academia en la que imparte clase el tataranieto de Goya. Ese que cree firmemente que la palabra ritmo corresponde a la marca de una de estas zapatillas modernas se ha propuesto convertirse en el sucesor de Fred Astaire. A la que se le quema su comida, la de su primo y la del vecino del quinto y no distingue muy bien entre la sal y el azúcar a la hora de sazonar su guisos se le ha ocurrido la maravillosa idea de apuntarse a un curso para aprender gastronomía balinesa. Y, el mejor de todos, el que ha escuchado durante 20 años que si deja de fumar puede comprarse un Ferrary con lo que se ahorre ya se ha comprado el cerdito en el que empezar a guardar lo que no se gaste en cigarrillos.

Encomiable, lo vuestro es una labor realmente encomiable. Después de todo un año haciendo lo que os sale de lo más profundo de vuestro alma, tenéis el valor de coger papel y lápiz para marcaros metas que, bien saben los astros, los planetas y el elefante de Pocoyó, os vais a pasar por el mismísimo Arco del Triunfo.

Artículo publicado por Pilar Larrondo en los diarios del Grupo Joly